Vivir mata: siempre hay un precio que pagar

Vivir mata, aunque algunos no lo tengan claro todavía y estén buscando disfrutar del premio sin pagar el precio. Llevamos muriendo tantos siglos que ya deberíamos estar acostumbrados; lo que pasa es que no podemos dejar ir esa sensación de injusticia, esos cinco minutos más. La muerte debe sentirse como poner el primer pie fuera de la cama en invierno, o como salir de una ducha de agua hirviendo y encontrarse en la mitad de Siberia. La muerte debe de ser tan fría, anodina -en todas sus acepciones- y tediosa; tan nada de eso, ni de esto, que cansa pensarlo. Por eso es el impuesto a evadir.

Claro está que si fuese la Hacienda de cualquier país europeo, y no la divina, a la que se intenta defraudar, serían los ricos los que disfrutarían de las mayores exenciones -¿un siglo y medio de vida en buenas condiciones para ti y para los tuyos? ¿quién no lo querría para sí?-, ventajas y triquiñuelas, y, por supuesto, ¡amnistías!, la inmortalidad anhelada por la humanidad. Porque siempre es, y siempre ha sido, ese pequeño tanto por ciento quien ha disfrutado del favor divino, de la gracia. Los reikies, los patricios, curatores y bellatores, nobles, aristócratas, burgueses; privilegiados. Por favor celestial o por fuerza, los divus siempre lo han sido a costa de los paupérrimos; los pobres, los esclavos, laboratores, el pueblo. Porque los primeros siempre han obligado a los segundos a avergonzarse de serlo y se han erguido ante lo que ellos son; y así, nuestros antepasados legitimaron un "ellos; nosotros", donde nadie querría pertenecer al nosotros. Y díganme, ¿quién reconocerería ser de un grupo al que nadie quiere pertenecer? Así es como nosotros creemos ser ellos, y compramos casas, coches, televisores... y nos consumimos, creyendo haber vivido, cuando en realidad hemos sido esclavos: sus esclavos. Vivir mata, ¡pues claro! Pero mientras tú "vives", los menos viven, sin inmutarse por las miserias de los que hay debajo, los que mueven el engranaje y tiran del carro ansiando la zanahoria; si solo viéramos el palo...

Pero ahora me pregunto, ¿y si nosotros somos ellos? o peor, ¿y si somos sus cómplices? ¿y si para "vivir" estuviésemos sometiendo a otros a una existencia aún más mísera? Lo vergonzoso no habría sido caer en el engaño, sino, aun siendo conscientes, no haber dicho aquí me bajo. Por eso, nuestro objetivo como civilización debe ser una vida digna para todos. Porque, al final, de un modo u otro, la vida mata, y lo importante es la clase de vida que se ha tenido. Aunque algunos no lo tengan claro todavía.

Pero claro, siempre hay alguien que quiere disfrutar del premio sin pagar el precio. Y Malthus, y todo eso...

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