Muchas gracias, por favor


Es verdad, dice con la voz de niño, y probablemente miente, no por su condición de niño, sino por su realidad humana. Ser niño es probablemente la condición más benigna de todas cuantas nos amenazan. Yo siempre he caminado por la casa encendiendo las luces, por miedo a que la oscuridad trajese cosas que no deseo ver, porque son cosas que me aterrorizarían y me harían pensar que me he vuelto loco. Es verdad, dice con la voz de niño, y ahora estoy seguro de que es mentira.

Repasé en mi cabeza la lista de dinosaurios que me hubiese gustado ser. Cortázar, Borges, García Márquez, Chéjov, Allan Poe. El té estaba listo, no tuve que colarlo, pero me valía así. Le añadí un poco de leche. Me hizo pasar a su despacho y viéndome revolverme inquieto sobre mis piernas dijo vamos, siéntate, que no pasa nada. El despacho estaba hecho de humo y pare usted de contar: el humo de hacía décadas era aún visible en éste y aquél rincón. La profesión de éste hombre es fumar, pensé, y me debió de hacer gracia porque me preguntó que de qué me reía, y yo miré para el suelo, sólo para ver cómo mis pies no tocaban el suelo y pensar que espero crecer porque como me quede así todos se van a reir de mí. Encendió un cigarro, lo que, estimé, le valió, al menos, quinientas pesetas de su sueldo. Después abrió una carpeta roja muy poco abultada, y dijo mi nombre y apellidos en voz alta, a lo que yo respondí corrigiendo la mala pronunciación y él oh, perdone usted, señorito.

Me hacía preguntas poniendo mucho énfasis en los puntos de interrogación, como si de verdad sintiese la necesidad de dejar claro que no estaba afirmando nada. Me preguntó ¿¿¿y tú qué quieres ser de mayor??? y entendí que por eso estaba en su despacho. Porque los adultos quieren saber qué pretendes ser de mayor, y en función de tu respuesta, juzgarte capaz o incapaz para ello, y abrirte o cerrarte puertas. Es por eso, y porque quieren saber si vas a ser un miembro productivo para la sociedad, porque tienes que serlo, porque no querrás ser músico, o escritor, ¿verdad? Y yo no, claro que no, yo quiero ser...

yo quiero ser dinosaurio, y de los grandes. ¡Augghghrhrrr! -rugí, legendariamente-.

... médico, o algo así.

A partir de entonces, cada año nos preguntaban lo mismo. Uno por uno. Nos metían en aquél despacho cancerígeno y el señor Ruz decía nuestros nombres y apellidos en voz alta y después nos preguntaba cómo nos adaptábamos, qué habían estudiado nuestros padres y si leíamos en casa, y luego y tú qué quieres ser de mayor, entre seis signos interrogativos, y ten siempre una buena respuesta a mano porque si no, el señor Ruz llama a tus padres y les dice que no tienes perspectivas de futuro, que mejor te pongan ya a trabajar, que no vas a ser útil. Carpintero, dije el tercer año, y la nube de humo blanco hizo una mueca de desaprobación que me devolvió a la mentira del médico de los dos años anteriores. Por aquél entonces no, pero luego sí supe que era afortunado, porque yo no tenía al señor Ruz en casa, y muchos otros niños sí: los padres de algunos de ellos ni les preguntaban qué querían ser de mayor, sólo decían tú vas a ser abogado y hablarás en francés y bailarás a la pata coja cuando yo lo diga, y sansacabó. Y yo podía ser lo que quisiese. Cualquier cosa. Cualquier cosa menos muchas cosas. Porque por entonces, aunque muy primitiva y velada, yo empezaba a desarrollar una conciencia de clase que me decía, primero, que no iba a estar solo, y segundo, que había muchas cosas en el mundo que no podría ser, por mucho que me lo propusiese. Cuánta verdad había en mi pensamiento sólo lo descubriría con el paso del tiempo.

Al final, después de los seis años que pasé allí, comprendí que al señor Ruz no le pagaban por fumar, no. El señor Ruz era el pastor de aquél rebaño, y nos iba llevando -o él creía que nos iba llevando- por donde más nos convenía -o él creía que más nos convenía-, y a veces también era el encargado de darnos algún que otro mordisco por díscolos y displicentes, que es una palabra que Jorge encontró en el diccionario un día, durante la clase de lengua, y cada vez que salíamos del despacho del señor Ruz nos preguntábamos cómo había ido, y respondíamos muy bravos, he sido muy displicente, y todos nos reíamos en un corro que estaba lleno de médicos, de abogados, presidentes del gobierno y jueces, pero que lo estaba en realidad de astronautas, estrellas del rock, escritores y un dinosaurio colosal.

A casa seguían llegando cartas de desahucio, de embargo, de impago, de último aviso, de venga no llores que volvemos a empeñar los collares, y sólo queda el de perlas, y no lo quiere nadie, y todo lo demás está ya allí, y ahora qué vamos a hacer, y tendremos que irnos a vivir debajo de un puente, que es el plan y la amenaza de siempre. No creo que el señor Ruz creyese nunca que yo quería ser médico. Puede que por eso siempre me preguntase ¿¿seguro?? con cara de ¡ay, pillín! Ojalá pudiese decirle ahora al señor Ruz que yo quería ser dinosaurio de los grandes, y ojalá eso pagase las facturas.

Me miré los pies, bien puestos en el suelo. Los números en la pantalla negra pasaban con una lentitud exasperante. Como todo en la vida, pensé. El número tres en color rojo digital se convertía en cuatro con la facilidad con la que se convertía en cinco y así en seis y en siete y todo lo demás. Por fin llegó el ochenta y siete. Me senté en la mesa y buenos días qué desea. Era un despacho insulso. De hecho, era una mesa, sin paredes. Eran muchas mesas en una habitación muy grande, y en cada una de ellas había un buenos días qué desea que ni te miraba a la cara, porque para qué tratar de personas a las personas, si en el mundo en el que vivimos todo importa una mierda. Número de afiliación. Número de carné. Número de teléfono. A partir de ahora le llamaré 0000087, si no le importa, le vi decir en una ensoñación. No, no me importa, para qué me va a importar. Entonces me preguntó ¿y en qué le gustaría trabajar? y me miré los pies. 0000087, ¿en qué le gustaría trabajar?, repitió. Rugí en mi interior: el dinosaurio quería salir y decirle yo quiero ser dinosaurio, y de los grandes, e irse de allí poniéndolo todo patas arriba, dejándolo todo hecho un desastre lleno de vísceras a las que no sabría poner un nombre porque al final

- Médico
- ¿¿Estás seguro?? ¿¿No me estarás engañando??
- No. Es verdad.

De cualquier cosa, señorita. Por favor.

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